jueves, 29 de noviembre de 2012

Muestras

Antes, cuando el invierno se me venía encima, sólo tenía que ir a comprar o robar un montón de cremas caras que prometían poner mi rostro lustroso y terso como el de una actriz de cine; luego nunca las usaba más de una semana seguida, ya sabéis, soy una inconstante, pero era bueno saber que estaban en el cajón dispuestas a dar su servicio si la nieve decidía descargar su tormenta en mi cabeza. Entre el inicio y el fin de mi uso de productos de belleza siempre había un polvo definitivo que hacía que quisiera vestir manga corta en pleno diciembre. No hablo de cosmética, ya me entendéis. A veces no hacía falta el polvo, a veces bastaba con la posibilidad, así de tonta es una. La posibilidad es la cosa más dañina con la que me he topado jamás, y bajo su dictamen he cometido las mayores tropelías de mi vida; he aceptado trabajos de mierda, me he hecho amiga de algún insensato, una vez me puse de rodillas, me corté el pelo demasiado, incluso me casé, y luego qué, luego nada. La consecuencia de mi capacidad de ilusionarme con cualquier cosa es un cutis de mierda a los 35. Ahora no tengo dinero para comprar y es más difícil robar, por eso simplemente me voy al Corte Inglés bien arreglada, para recoger muestras gratis. No te dan muestras si no vistes bien, eso lo sabe cualquiera. A lo largo de mi vida, en cada mudanza, he tirado muchos botes de carísimas exfoliantes, hidratantes que empezaron a oler a perro muerto, que picaban en la piel; las he arrojado al cubo de la basura sin contemplaciones, pero no sé por qué, estos días las muestras caducadas del cajón me dan una tristeza infinita, una sensación extrema de desperdicio.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Es una mierda tener sueños

Me explico, ese rollo de las metas está bien para según qué personas (están bien sobre todo para las que pueden encajar bien los fracasos), pero yo me refiero al tipo de sueños que uno sufre mientras duerme, porque esos no se pueden controlar, al menos de manera consciente. Cuando sueño con él me levanto mal, con una sensación horrible, como de haber estado leyendo infinitas veces los cuentos sobre morirse de ‘Velocidad en los jardines’, de Tizón, y no haberme recuperado aún de la lectura. A veces en el sueño tiene la misma cara que a los dieciocho años y yo ya estoy vieja, pero me conmueve igual que me mire por encima de las gafas de sol y me sonría, me hace sentir débil porque no hay nada más frágil que una vieja que vive con intensidad adolescente. Ya sé todo ese rollo de que en los sueños el soñador es siempre todos los personajes, y que cuando le sueño en realidad no es él, en realidad es sólo mi yo romántico y estúpido, pero me levanto con la boca seca y un pellizco enorme en las entrañas, como unas ganas permanentes de dar de vientre. Es una mierda tener dieciocho aunque sea en sueños, no poder recordarme a mí misma que toda ilusión tiene los días contados, que ese sufrimiento tendrá su fin, que me voy a despertar de un momento a otro y que ya mismo es Navidad otra vez, ¿no es para estar contento?

lunes, 19 de noviembre de 2012

Reírse sin dejar de parecer un trabajador serio

Vale, si le preguntan a un psicólogo les dirá que reír abiertamente es algo positivo, pero me juego los seis días de vacaciones que me quedan de 2012 a que ninguno de ellos ha trabajado jamás en mi oficina. Allí toda sonrisa, gesto cómico y no digamos carcajada son interpretadas como un gesto hostil. Esto tiene una explicación clara: si te ríes siempre te tienes que estar riendo de otro, y en un clima hostil como ese todo tiene importancia, de hecho, todo es tan importante como para que le dediques tus esfuerzos simpáticos el cien por cien de las veces sin que haya vida más allá. Todo el mundo se escama ante una risa y piensa ¿seré yo?, ¿será por mi?, y acaban por creer que efectivamente te ríes porque te sientes superior y piensas que el resto son gente estúpida; y eso jode, sentirse estúpido no mola nada y como conclusión, tú te estás riendo de manera maliciosa, siempre. Sí, así son los círculos viciosos de la oficina, ya saben. Es la guerra, señores, y hay que aprender a reírse para adentro. Yo leo el blog de Diana Aller y me río para adentro del rótulo televisivo de esta entrada (‘Salió a divertirse y le destrozaron el ano’), y entonces ocurre: mientras estoy mentalmente partiéndome la caja y pensando en llagas y eczemas y uñas de los pies levantadas para evitar translucir mi risión entra mi jefa y me dice: ‘qué concentrada estás esta mañana’. Y yo asiento casi sin asentir, como si estuviera efectivamente demasiado concentrada para emitir juicio alguno, y tecleo, no sé qué, pero tecleo. Podía haber sido una gran artista. Ahora mismo, me estoy riendo para adentro.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Formas estúpidas de enamorarse

Podría escribir un tratado con la cantidad de formas estúpidas de enamorarse que he experimentado, pero soy vaga, y de momento sólo he escrito un relato donde las menciono de refilón. Y es que lo he estado pensando y me he dado cuenta de que me fijo en cosas del sujeto a adorar que, a primera vista, podrían pasar desapercibidas. Por ejemplo, que sea muy torpe escribiendo mensajes de texto con el móvil; que nunca se ría pero que cuando lo haga le cambie la cara por completo; que no sepa sujetar bien un periódico sin armar un jaleo imposible con las páginas; que lleve pañuelos al cuello sin temor a parecer maricón; que camine dando pequeños saltitos, como si estuviese siempre infinitamente feliz; que remueva el café de lado a lado y no en círculos; que pida cada día un desayuno diferente, desconcertando siempre al camarero habitual; que nunca lleve paraguas porque se agobie y en consecuencia acabe siempre empapado; que vaya a cortarse el pelo sólo cuando ya le sea absolutamente imposible peinarse; no sé, imbecilidades como esa. Lo que sucede es que aunque sobre el papel esas minucias puedan resultar tremendamente poéticas, en la práctica es viernes y estoy sola, y a mis espaldas acarreo sonoros fracasos amorosos. Ya veis, ese dato es como para despertar del ensimismamiento, digo yo, y bien que lo intentáis los que me conocéis, pero dado los tiempos que corren y los solteros que me rodean no me queda hueco para la poesía. En consecuencia he de reconocer que está siendo muy tentador volver al pasado, auque sea de pensamiento y no de obra, pero, ah, el pensamiento es siempre tan terriblemente peligroso, porque donde no hay sí se puede rascar, rascas hasta que la imaginación sangra, te inventas historias terroríficas en las que enferma o desaparece la mujer de tu ex y él te busca porque en el fondo tampoco te ha olvidado, esas historias en las que te encuentras por casualidad por un antiguo amante e instauráis los jueves como día de encuentro, ah, la clandestinidad, esa vieja puta desconocida que siempre me tienta con sus trucos. En la mente todo es más fácil, lo que antes te daba ganas de morir es cuero engrasado tras el trabajo que sobre él hace la imaginación, y por eso, y también porque es viernes y estoy sola, he comprado un billete de tren que no sé si usar. Por favor, esto es un llamamiento, que uno de vosotros me invite al cine o a irnos de cañas para evitar un ridículo mayor. Gracias.