jueves, 12 de abril de 2012

Las viejas de mi barrio

Ayer por la tarde estaba un poco nublado, pero yo no quería estar en casa y salí con mi flamante libro electrónico a leer a un parque. Desde que el becario ha vuelto de su despedida de soltero en el Caribe las cosas están un poco tensas; reconozco que no puedo parar de imaginármelo arrimándose a los cafés con leche con patas de la isla y ando un poco arisca. El banco no era cómodo, pero yo aparentaba que sí mientras leía. Las viejas de mi barrio me miraban al pasar, repanchigada, y lo hacían como si yo estuviera enferma. Yo trataba de concentrarme en la lectura mientras comprobaba si me había dejado abierta la cremallera del pantalón o se me veía alguna lorza por los flancos, pero como no entendía el origen de sus inquisidoras miradas seguía leyendo a T.S Eliot con parsimonia (reconozco que todo el rollo del jardín de rosas me estaba tocando un poco la moral y me sonaba a muy maricón, puede que por mi enfado con el género masculino, capaz de irse de juerga al Caribe, nada menos, dejándome a mí en tierra, o capaz de tener un amor irrealizable sólo para poder contemplarlo intacto, hiriente, desde esos versos).
A la vuelta de la compra una de ellas no pudo aguantarse las ganas de critica y se me acercó, dispuesta a darme la charla. Ya sé que no te conozco de nada, me dijo, pero la edad es un grado y me voy a permitir darte un consejo (?¿), déjate de estar ahí tirada jugando a las maquinitas (supongo que pensó el que e-reader era una gameboy), podrías hacer mejor un poco de ejercicio, porque si perdieras unos kilos se te verían más esos ojos tan bonitos que tienes enterrados en la cara.
Yo permanecí en silencio, desarmada, mirándola fijamente con mis ojos con potencial enterrados en la cara, ¿enterrados?, ¿en serio empleó esa palabra?, y la mujer se fue tan satisfecha, sonriendo. ¿Quién le ha pedido su puta opinión?, pensó la protagonista de novela americana que llevo dentro, ¿Cómo se atreve a destrozarme la autoestima enmascarada de buena samaritana benefactora de la sociedad?, pensó la protagonista de novela española contemporánea que llevo dentro, ¿cómo voy a seguir creyendo ahora que mis ojos son mi punto fuerte?, ¿cómo podré sobrevivir ya sin odiarla para siempre, a ella y a todas las de su casta?, pensé, como yo sólo puedo pensar cuando tengo la certeza de que un personaje de la vida real como ese no sería creíble dentro de escrito alguno. Qué lejos estoy del glamour.

miércoles, 4 de abril de 2012

¿Qué son tus manos? ¡Máquinas de matar!

Mi amiga la que escribe dice que una vez dejó un trabajo porque le dieron ganas (reales) de hacerle daño físico a una compañera de trabajo. Dice que le dio miedo pensar que tenía posibilidades de ganar en una pelea cuerpo a cuerpo contra ella. Si yo hubiera dejado un trabajo cada vez que he planeado cómo cargarme a mi superior estaría en la cola de la beneficencia o sería directora ejecutiva de algo, supongo.
Hoy es miércoles santo, está todo nublado y la gente cofrade de esta Sevilla no es solidaria con la agricultura, llora porque no salen los pasos, y mi ira asesina se despierta.
Hoy sí me doy miedo, en el trabajo no hay apenas nadie a esta hora y podría hacerlo y huir sin ser vista, perderme entre lo gris, creer que he triunfado, ah, mierda, qué fácil podría ser, qué fácil. Mi becario se ha ido a una despedida de soltero al Caribe (¿con tu sueldo? Creo que no me dice la verdad, creo que le han ascendido) y tampoco está aquí para calmar mi furia ciega de miércoles santo contra esos jefes del mundo a los que no les importa el trabajo bien hecho sino el quedar como perfectos figurantes. Casi todas las vírgenes que paseáis están tristes, ¿no os habéis dado cuenta?, por eso llueve, todo lo llama. La impostura, eso que tanto se lleva en las oficinas y las calles del sur esta temporada, en esta tierra podrida que se crece cuando llueve, que parece más limpia sólo para engañarte. He vuelto a leer a Foster Wallace. Esto no pinta bien.