jueves, 28 de junio de 2012

Cuenta con un NO

Ayer fue un día de carambola, tenía pensado ir al cine sola y hacerme la lánguida viendo una de Wes Anderson, pero en la puerta del parking me encontré con una amiga. Fue justo ese momento en el que te quedas parada y a partir de ahí ya no sabes cómo vivir, porque por una parte te asusta que se rompa el status quo, pero por otra, sabes que te asustaría que no se rompiera. La opción tomar cervezas con amiga fue bien acogida a pesar de que una vez tenía la rubia helada en la mano me sintiera un poco fuera de lugar; estas cosas pasan, mis amigas son estilosas, pero no son Wes Anderson, es muy difícil salir vencedor de eso dentro de mi mente enferma y en permanente estado de alerta. Hay muchas cosas que se me tienen que resolver esta semana (que buen inicio para un relato: “Mi vida se resuelve esta semana.”), pero a pesar de que compito para todas ellas supuestamente en igualdad de condiciones que el resto, todo el mundo me dice que cuente con un NO. En mayúsculas. No sé si me lo dicen porque en el fondo nadie confía en mi suerte, o si lo hacen porque temen que si espero un sí, y luego no, me corte las venas en una bañera de agua tibia (no está Sevilla para más calores, la tibieza, siempre detestable, se haría mi aliada). No soy partidaria del suicidio, me va más la huida cobarde, el decir se me hace tarde (porque es difícil soportar más tergiversaciones de la palabra empatía en lo que la cerveza tarda en recalentarse a 43 grados a la sombra); y luego lo normal, ¿nos veremos este verano?, bueno, pues ya si eso, pues eso; y en realidad ya lo sabes, el teléfono estará mudo, sólo os unen ya las casualidades, esto es, cuenta con un NO.

miércoles, 27 de junio de 2012

Oportunidad y descreimiento

La buena literatura ha vuelto a mí (La última noche, de James Salter) y yo recupero la fe en las letras impresas. El libro ha sido un regalo, del ex becario, por mi cumpleaños. Él dice que no comprende cómo los dos perdemos esta oportunidad, cómo me empeño en alejarme de él sólo porque no acepto que entrara con una beca y se quedara con mi antiguo puesto de trabajo por el simple hecho de ser un tío. Acéptalo, me dice. No sé, se me hace raro que mis ex jefes me den por el culo poniendo a un tío en mi puesto y que encima, yo me deje follar por él de manera voluntaria. El ex becario cree que es cosa de autoestima, pero yo estoy atrapada por ese concepto, la relación está podrida desde ya, no me puedo quitar esto de encima con un manotazo, como a una mosca molesta, no puedo hacer como que no lo he pensado.

martes, 26 de junio de 2012

La gente hace cosas feas a escondidas

Bueno, que la gente hace cosas feas a escondidas es algo que yo ya sabía, porque he leído mucho postmoderno y he pasado mis tiernos años de adolescencia empapando mis neuronas con horas y horas de metraje de cine independiente; pero no ha sido hasta ahora que empezado a comprobar que realmente es así a todos lo niveles, que somos los reyes de la impostura. No se trata ya del señor de cincuenta que se saca los mocos en el semáforo por la mañana mientras espera el verde, de la madre de familia que recupera del suelo sucio un trozo de galleta babeado y se lo come sin pensar delante de su vástago, o de la tierna adolescente que tuvo que ir a urgencias porque aquello se le quedó dentro y no podía sacárselo, no, se trata de conspirar, mierda, conspiraciones tremendas y a pequeña escala, porque ya nadie cree que vaya a arder en el infierno ni nada de eso, que lo de vender el alma de uno y tener a cambio un cuadro feúcho son cosas muy góticas, tú, y aquí en Sevilla todo es sol y calor, los edificios no tienen aristas y estamos curados de espanto, que la anécdota de la mortadela mina ya no impresiona, el libertinaje está obsoleto, querida, ya no tiene importancia, ahora se jode de otra manera. Como en lo laboral todo lo necesario se vuelve superfluo para poder seguir manteniendo el mismo ritmo de gasto (echamos a la contable para que no nos ponga mala cara al pasar las facturas de viajes), la cosa se nos ha ido de las manos y hemos aplicado esta regla a todos los ámbitos. He leído tres novelas de tres nuevos autores que han caído en mis manos en un ida y vuelta de AVE a Madrid, y no voy a decir nada porque nada tengo que decir; sólo puedo dejar de desear publicar, matar el deseo, que siempre ayuda para evitar males mayores. ¿Qué es esto?, ¿qué me venden?, ¿por qué la vuelta de tuerca al dolor no consigue ya hacerme gracia ni en clave cómica?, ¿por qué pienso que si ellos han publicado esto tan malo es porque algo feo habrán hecho a escondidas?

miércoles, 6 de junio de 2012

El punto 7 del Tractatus

La mayoría de las veces no tengo demasiadas ganas de hablar, porque es una acción que implica mucho esfuerzo y me cansa, y en su lugar, pongo en modo ‘on’ mi programa mental de adaptación al medio y me descubro opinando con mis compañeras de trabajo sobre programas de tele que no veo, gente que escribe en periódicos y cuyo criterio no me interesa, e incluso censurando a otros compañeros o al jefe, algo que siempre crea mucha hermandad, hermandad en cantidad. Pero ayer se me abrió una zanja, una grieta en la catedral de mi impostura al ir a desayunar, cuando pasó una mujer con la cabeza perdida hablándole a su perra (a la que llevaba en brazos, por supuesto). La mujer le decía al animal que ya no le iba a dar más ‘polvitos blancos’ porque se ponía demasiado nerviosa y se volvía una perra puta. Pasamos de largo bien deprisa, pero mis compañeras se quedaron impactadas, más por la suposición de que estaba drogando o vejando al animal que por el desequilibrio humano en sí, me temo. Entonces fue cuando cometí el fallo, se me fue, y dije que tal vez esa mujer hablaba con su perro desde la locura y sin pretensiones, una acción más que una intención, y que podíamos tomar aquello como paradigma de los límites del lenguaje, como ejemplo de lo indescifrable que era en realidad ese conjunto de palabras escuchadas de casualidad una detrás de otra en medio de la calle y lo lejos que estas estaban de la verdad en sí misma. Mis compañeras me miraron raro. Una de ellas dijo: creo que te entiendo, hablas del punto siete del Tractatus, el libro ese de Agustín Fernández Mallo que se llama eso y algo sobre pezones. Guardé silencio, la única salida que me quedaba. Entonces alguien dijo algo sobre que ahora en el bar ponen menos jamón de york a las tostadas, seguro que por la crisis, y la cosa se difuminó, gracias al cielo, Wittgenstein no contó con el poder de las palabras jamón de york así unidas, y yo sigo sin tener una idea clara de lo que hace Fernández Mallo, ni de si es inocente como Duchamp o no, y la única conclusión posible es que con demasiado polvito blanco una se pone nerviosa y se vuelve muy puta, y algo más sobre los pezones.