lunes, 30 de julio de 2012

Debajo de la ventana

En verano, en esta ciudad calurosa, se escuchan muchas cosas con la ventana abierta. Al abrigo de la nocturnidad la gente se pega al muro en busca del frescor del ladrillo y se pone a darle al palique como si estuvieran a salvo o fueran inmortales. Y da para mucho, por lo que parece. En dos semanas he escuchado confabular contra el presidente de la comunidad; cómo una tierna adolescente le contaba a su amiga los motivos por los que iba a dejar al novio (principalmente, que no le gustaba el sexo con él); el complot infantil para que un tal Alfonso no pueda jugar más al escondite por tramposo; las quejas sobre el trabajo de la limpiadora del bloque; las voces, por dos veces, de un vecino hablando por el móvil y contándole a los compañeros los pasos que han de dar tras el ERE; las amenazas sobre riegos con cubos, amenazas firmes, del vecino del primero, si la gente ociosa no cerraba el pico, acostaba ya a esos infantes sin hogar o bajaba el volumen; pero lo mejor fue una conversación de unos padres maduros justo debajo de mi ventana: oye, ¿lo hiciste?; pues sí, me quedé más a gusto que un arbusto; ¿y ahora qué?; pues nada, una vez hecho ya es como si no fuera mi problema; ¿y tú crees que sospechará de ti?; ni de coña, hace más de año y medio que ya no está, nadie iba a atar cabos; qué dos cojones tienes, qué dos cojones, ¿y mereció la pena?; pues claro tío, esto es algo que podré contarle a mi hijo, eso sí, cuando crezca y pueda entenderlo, ya sabes. No puede dormir en toda la noche pensando en las posibilidades.

viernes, 13 de julio de 2012

El gran desengaño

No se pueden sacar a la palestra cosas del instituto y no quedar impregnado de su melaza o de su mierda. La adolescencia, esa gran hija de perra. Tengo un buen amigo en Madrid que me dijo una vez que ya podía dar gracias al gran fiasco de mi vida (que sucedió en tiempos del BUP y el COU), porque sostiene la teoría de que un escritor que pretenda tener algo que decir no puede menos que haber sufrido en su vida al menos un gran desengaño. Yo soy más de la opinión de que con ser buen observador basta (ya si se tienen rayos X en los ojos como Cortázar o Foster Wallace, mis superhéroes favoritos, pues no te digo nada del disfrute), pero me interesa su idea ahora que leo ‘Los Lemmings y otros’. Lo leo porque es un libro que recomendó Pablo Gutiérrez a través de su blog cuando mi amiga la que escribe le preguntó por algo bueno que leer, y porque ella me lo ha pasado ahora que no tengo ni para pipas. Ya sé lo que los escritores tenemos que decir sobre la obra y el escritor y esa gran distancia insalvable (imagino que muchos de nosotros por no reconocer que escribimos sobre nuestro culo), y que el personaje es uno y no es uno, esos entrecomillados ya me los conozco, pero cuando devoro uno de los relatos de Fabián Casas no pienso en alguien que haya sufrido un gran desengaño en su vida y que por eso escriba, pues parece que es cada cuento el que esconde un gran trauma, contado a veces como una simple anécdota divertida, y puede que en eso resida su interés, en que no es fruto de una gran miseria, sino de muchas miserias todas juntas. Los libros que me interesan son como un Sálvame diario en letra impresa, pero no con impostura, sino con basura de la buena. A partir de Fabián Casas empiezo a entender que programas como ese y otros sean ‘lo que la gente quiere ver’. Tengo que hacerme mirar esto (igual también puedo insinuar algo sobre mi adicción a los Tigretones), aunque seguro que para conseguirlo me hacen hablar de la adolescencia, esa gran hija de perra.

jueves, 5 de julio de 2012

Una maldita opinión

En el instituto salí con un tipo tripitidor (la envidia de toda la clase) la mar de atractivo que una vez tuvo un problema familiar y que, cuando traté de aconsejarle, me dijo que gracias, pero que no recordaba haberme pedido mi maldita opinión. Bueno, nos costó la relación (más se perdió en Cuba), pero desde entonces no he aprendido, la doy siempre, sin ton ni son, puede que la manía se me quedara como reflejo ante la intuición del pie en pescuezo, no sé, pero es la clave para entender que afirmaciones como desde mi más modesta opinión no te duran las relaciones porque comparas a todas tus novias con tu madre muerta; o si me preguntas te diré que ese tío es un putero y que te tratará como a una puta, o sea que guay, si es lo que te gusta, me hayan costado amistades y alguna que otra relación familiar de segundo o tercer grado. No estoy orgullosa de ello, todo el mundo da su opinión, libremente y sin que nadie se la pida, y por eso cuando no puedo evitar hacerlo yo me doy cuenta de cuan denostada está la mía (lo mismitico que la del resto). Esto es como vivir en una tienda de chuches y que haya que pagar las compras con caramelos, en esas circunstancias, a nadie le pone el dulce. Ahora que he obtenido un NO definitivo (shit), un silencio administrativo, y un mantenimiento de la incertidumbre en los tres procedimientos que tenía abiertos puedo sentarme a respirar sin mirar mucho más allá de pasado mañana y ser sincera conmigo misma: sabes que Sevilla ya no da más de sí, sabes que tendrás que irte de aquí más pronto que tarde, y que si no lo has hecho ya es por el becario, seguramente, que en el fondo eso no se ha cerrado, me dice mi vocecilla interior, tan maja, y no sé cómo decirle amablemente que se meta su opinión por el culo.