viernes, 14 de junio de 2013

La amistad y sus vaivenes

Yo siempre pensé que cuidar a un amigo era suficiente, preocuparse por lo que le pasa, preguntar con interés real, escuchar, estar ahí para cuando te necesiten, pero ah, nunca es lo bastante, nunca lo es, hay que manejar ciertos códigos, hay que pasar por ciertos aros, y ahí es donde me pierdo. Cuando eres adolescente y te ves inmerso en esas tramas celosas de ‘te digo, me dijeron, me dijo’ aprendes algunas lecciones válidas para la vida, como a no fiarte mucho de la gente que al sonreír enseña mucha encía, a alejarte de las personas a las que sólo les interesa un único grupo musical, a no empatizar con quieres te preguntan qué has sacado exactamente en cada examen, en la pregunta tres en particular. Aún así, creo que la adolescencia es el único momento en el que la amistad se me ha presentado de una manera transparente, con su instrumentalidad, con su poquito de cosa rancia y convenida, con su comodidad perfecta y su ilusión, su energía y sus ganas o todo lo contrario. Conforme fui creciendo me di cuenta de que jugaba en un terreno en el que no conocía nada bien las reglas (yo, que siempre aposté por la naturalidad, vi que aquello se quedaba obsoleto a una velocidad de vértigo), y bueno, lo reconozco, me salí un poco a la cuneta a verlas pasar, porque la competición a lo cuadrigas me tenía agotada. Supongo que fue ahí donde perdí el barco, me fumé la clase magistral sobre cómo hacer amigos más allá de los 27 y desconozco las leyes imprescindibles sobre cómo no perder al menos los que malamente conservas en el punto de tu vida en el que de un modo muy patético te pones a hacer recuento. Luego los años pasan y te das cuenta de que la amistad se trabaja, y de que es inútil que te lo curres tú solo, esto es, si no hay reciprocidad, interés mutuo en mantener la cosa a flote, todo se va a la mierda. No sé cuándo estoy siendo pesada: si envío un correo preguntándole a un amigo cómo está y no me responde, ¿es correcto insistir una vez más, dos veces, cinco?, ¿en qué número está el máximo que determina que tu preocupación o interés o necesidad de expresarte egoístamente con otra persona no es recíproco?, ¿hasta dónde estás empujando al otro a ser cortés?, ah, echo de menos el testing del grupo, donde se podía lanzar la sonda, ¿sabes si le pasa algo conmigo a este tío?, ¿será que le caigo mal a menganita? La era email/facebook es tirana, te separa de los de siempre si están muy ocupados y te acerca a otros con los que realmente no sabes si, y a veces piensas, seguro que me llevaría genial con esta persona, pero está lejos, o tiene ya bastante con los amigos que tiene, o no le interesa aumentar su agenda, o no tiene tiempo, tiene hijos, un trabajo absorbente, una pereza absorbente, y al final te ves ahí, sosteniendo los dos extremos de la cadena rota y preguntándote cómo falló ese puto eslabón a pesar de tus esfuerzos. ¿Será que no tengo What´s up? Piensas a veces, en un último intento consumista de no aceptación de tu nula relevancia en tu escaso círculo amistoso. Todo esto es realmente complicado, casi tanto, o más, que una relación amorosa, porque una relación amorosa si funciona pues bien y si no, pues nada, pero una amistad si funciona pues a veces no se puede y si no funciona a veces te empeñas para nada y otras no te das cuenta y mierda, te echas a la cuneta a verlas pasar porque las competiciones a lo cuadrigas siempre te dieron un poco de miedo, es la verdad, hay carrozas demasiado brillantes que por dentro están vacías y el humo no te deja ver cuáles son las buenas, a cuáles seguir, y continúas pensando en lo chulas que eran las que pasaron aquella vez, hace años, aunque hayan tenido que cambiar completamente por dentro para poder seguir corriendo y tú veas sólo lo de fuera, con su poquito de egoísmo, de conveniencia, de alegría o no. Ala, ya he echado el llanto.