miércoles, 5 de enero de 2011

Empezar por el principio

Para hacer las cosas bien hay que empezar por el principio, pero a veces, lo primero es el final, y porque mi comienzo podría ser el día en que gané aquel premio que me hizo creer que un día yo algo, pues mi final es el último libro que me he leído, y que resulta que es bueno, y que una vez más no lleva mi nombre en la portada ni el brillo de mi mejor peluca en esas solapitas tan simpáticas que les ponen ahora a las publicaciones alternativas.


Y es que, aviso a los navegantes, no vais a encontrar por aquí mucho vómito sobre bestsellers, mmmmm, lástima, para eso bastará con un post único (algún día) aplicable a todo el tono monocorde y aburridísimo que la literatura española actual se esfuerza en adoptar en un (goleada) amplio porcentaje, haciendo uso del eufemismo políticamente correcto y sin inventarnos cifras (bueno, un 90% no quedaría mal en un titular malicioso).


Empiezo por el final y os digo: leed ‘Cuatro veces fuego’, de Lara Moreno, antes de que la editorial Tropo que la editó se quede sin ejemplares.






La he visto saltar descalza por alguna antología, pero ha sido porque la he buscado, y ha sido después de toparme por casualidad (como se topa uno con las cosas buenas) con un cuento suyo por la red y de buscar si tenía blog, y ah, lo tenía, y de ver qué carajo ha publicado esta tía, joder, un par de libros, en editoriales pequeñas, como siempre, um… un poemario, empecemos por los cuentos, sí, y pedí ‘Cuatro veces fuego’, o pedí fuego cuatro veces, a pesar de que con toda seguridad ambas deberíamos dejarlo (¿qué es una diva sin ocultar a medias su rostro tras una nube de nicotina?, me pregunto).


El libro está dividido en cuatro partes (Los pequeños ojos, La búsqueda, Criaturas y Cortafuegos), y si lo lees te convierte en Alicia al otro lado del espejo, porque te hace sentir que creces de repente, pasando de un cuento a otro como si te estiraran las extremidades de manera artificial (mierda, crecer duele), y cuando has alcanzado el hastío de saber que tú eres tú y no hay más te queda aún el refugio del tabaco, la hipnosis, el sueño, el espacio revelador.


Me enamoré de varios relatos, ‘Primer día’ le hace a una sentir vértigo, y ‘Maneras de estar sediento’ sabe a playa y alga podrida. ‘La Menuda’ dio origen a una extraña saga en la web de los noveles, pero, oh, siento avisar tarde, esta es su última entrega (aunque nunca nadie nos dijo qué hizo con ella el negro gigante). ‘Recuerdos para Olga’ convierte un estilo narrativo que aborrezco (la carta) en un ensayo sobre cómo el narrador puede hacer dar mil palos de ciego al lector antes de acabar las cinco páginas. Y hasta aquí puedo leer.


Tomadlo y bebed todos de él, porque esta es su letra derramada, y en ella hay que bucear con ganas.


Tres vítores por ese estilo inconexo de una generación que huye de Revertes y Nocillas y que probablemente se da de bruces con el hecho de  que la poesía es demasiado bella para habitar en un mundo tan feo, donde se folla, y se caga, y se piensa en abortar, y las niñas bonitas son avispas.


Finalizo, empezando por el cierre.
Después de todo, no está tan mal saltarse los cánones.

2 comentarios:

  1. Joder qué tino, el primer comentario y es de la persona de la que hablo... Una pista, no soy Alberto Olmos, Alberto Olmos puede llevar su calvice con dignidad si quiere...

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