miércoles, 6 de junio de 2012

El punto 7 del Tractatus

La mayoría de las veces no tengo demasiadas ganas de hablar, porque es una acción que implica mucho esfuerzo y me cansa, y en su lugar, pongo en modo ‘on’ mi programa mental de adaptación al medio y me descubro opinando con mis compañeras de trabajo sobre programas de tele que no veo, gente que escribe en periódicos y cuyo criterio no me interesa, e incluso censurando a otros compañeros o al jefe, algo que siempre crea mucha hermandad, hermandad en cantidad. Pero ayer se me abrió una zanja, una grieta en la catedral de mi impostura al ir a desayunar, cuando pasó una mujer con la cabeza perdida hablándole a su perra (a la que llevaba en brazos, por supuesto). La mujer le decía al animal que ya no le iba a dar más ‘polvitos blancos’ porque se ponía demasiado nerviosa y se volvía una perra puta. Pasamos de largo bien deprisa, pero mis compañeras se quedaron impactadas, más por la suposición de que estaba drogando o vejando al animal que por el desequilibrio humano en sí, me temo. Entonces fue cuando cometí el fallo, se me fue, y dije que tal vez esa mujer hablaba con su perro desde la locura y sin pretensiones, una acción más que una intención, y que podíamos tomar aquello como paradigma de los límites del lenguaje, como ejemplo de lo indescifrable que era en realidad ese conjunto de palabras escuchadas de casualidad una detrás de otra en medio de la calle y lo lejos que estas estaban de la verdad en sí misma. Mis compañeras me miraron raro. Una de ellas dijo: creo que te entiendo, hablas del punto siete del Tractatus, el libro ese de Agustín Fernández Mallo que se llama eso y algo sobre pezones. Guardé silencio, la única salida que me quedaba. Entonces alguien dijo algo sobre que ahora en el bar ponen menos jamón de york a las tostadas, seguro que por la crisis, y la cosa se difuminó, gracias al cielo, Wittgenstein no contó con el poder de las palabras jamón de york así unidas, y yo sigo sin tener una idea clara de lo que hace Fernández Mallo, ni de si es inocente como Duchamp o no, y la única conclusión posible es que con demasiado polvito blanco una se pone nerviosa y se vuelve muy puta, y algo más sobre los pezones.

3 comentarios:

  1. A veces los polvitos blancos non abocan a confusiones. El punto siete del Tractatus es muy internaste, igual que los pezones, que son los lugares a los que regresa Mallo cuando se extravía. Pero a mí me gusta el punto 1, cuya ambigüedad deja mucho sitio: "El mundo es todo lo que acaece".

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  2. Vamos, que al final lo importante era el jamón de york...

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  3. Deléitenos con otro texto. Haga el favor. Tal vez hoy sea el último día de algo.

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