jueves, 5 de julio de 2012

Una maldita opinión

En el instituto salí con un tipo tripitidor (la envidia de toda la clase) la mar de atractivo que una vez tuvo un problema familiar y que, cuando traté de aconsejarle, me dijo que gracias, pero que no recordaba haberme pedido mi maldita opinión. Bueno, nos costó la relación (más se perdió en Cuba), pero desde entonces no he aprendido, la doy siempre, sin ton ni son, puede que la manía se me quedara como reflejo ante la intuición del pie en pescuezo, no sé, pero es la clave para entender que afirmaciones como desde mi más modesta opinión no te duran las relaciones porque comparas a todas tus novias con tu madre muerta; o si me preguntas te diré que ese tío es un putero y que te tratará como a una puta, o sea que guay, si es lo que te gusta, me hayan costado amistades y alguna que otra relación familiar de segundo o tercer grado. No estoy orgullosa de ello, todo el mundo da su opinión, libremente y sin que nadie se la pida, y por eso cuando no puedo evitar hacerlo yo me doy cuenta de cuan denostada está la mía (lo mismitico que la del resto). Esto es como vivir en una tienda de chuches y que haya que pagar las compras con caramelos, en esas circunstancias, a nadie le pone el dulce. Ahora que he obtenido un NO definitivo (shit), un silencio administrativo, y un mantenimiento de la incertidumbre en los tres procedimientos que tenía abiertos puedo sentarme a respirar sin mirar mucho más allá de pasado mañana y ser sincera conmigo misma: sabes que Sevilla ya no da más de sí, sabes que tendrás que irte de aquí más pronto que tarde, y que si no lo has hecho ya es por el becario, seguramente, que en el fondo eso no se ha cerrado, me dice mi vocecilla interior, tan maja, y no sé cómo decirle amablemente que se meta su opinión por el culo.

4 comentarios:

  1. Bueno su blog.

    Enhorabuena.

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  2. Gracias, buencubero, seguro que tienes buen ojo ;)

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  3. Sé algunas cosas de tripitidores. No porque haya sido uno, desgraciadamente, pero cada vez que he llegado a un curso he procurado sentarme con el más veterano del lugar. Antes o después, te enseña algo. Tal vez no sobre matemáticas, o filosofía, pero... Sin peros: yo aprendí a besar sin llenarle la boca de saliva a mi pareja de baile con una tripitodora. Y cuando me junté con un tripitidor, aprendí a liar porros como dios manda, no chorizos. Vamos a dejarlo aquí.

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  4. Dejad que los tripitidores se acerquen a mi. En octavo de EGB me sentaron con uno para darle ejemplo (la niña buena y listilla). Él me enseñó las poesías que había escrito en el correccional para que yo le mirara las faltas, me dio un ejemplar viejísimo de 'Una temporada en el infierno', me dijo que ya no le hacía falta, que se lo sabía de memoria. No sé qué habrá sido de él. El del instituto me enseñó a conducir una moto, a que de determinadas cosas hay que alejarse. Vamos a dejarlo aquí, sí, será mejor.

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