lunes, 8 de octubre de 2012

La madre y la pasta

Llegan los días en los que el sueño tiene más de hormigueo de pies, de paso en falso novelable, de tener ganas de poseer algo que ir a buscar y darse cuenta de que nosotros mismos hemos puesto la correa y la hemos atado corta, por si acaso se nos ocurría perseguir la puesta de sol. Quedo con vosotros para ir al cine, aunque a veces no venís, pero siempre me parece que te sentabas a mi lado, y veo historias a medias, cosas que empiezan de manera prometedora y que luego se desinflan, como la historia de nuestras vidas; porque seamos sinceros, ninguno de nosotros, no, ninguno, ha llegado a convertirse en un suflé apetecible. Y ahí estamos, bebiendo deprisa nuestras cervezas heladas y luego quejándonos de que ya hace fresco y nos duele la garganta, mirándonos la punta de los zapatos y echándole la culpa a nuestras madres de la ponzoña que nos enloda la voluntad. A ver, carajo, a vosotros cuatro os lo digo: no se trata de que mamá fuera demasiado severa, de que te hiciera sentir como una rata, de que te llamara mentirosa hasta perder la dentadura, de que te dijera que te olvidaras de aquel chico porque jamás iba a fijarse en ti, no, se trata de pasta, esto es, porque estaríamos bebiendo gintonics en vez de cerveza y con el cambio de alcohol el alma se engrandece, y el perdón es sencillo, y si la marca es buena, a veces hasta desaparece el miedo. Con pasta de sobra no tendríamos que mirarnos la punta de los zapatos porque estaríamos seguros de que no están hechos una pena, podríamos decir eh, si esta peli es una mierda, joder, pues veamos otra, y no habría que limitar el cine a una vez cada dos semanas. Hubo generaciones así, lo he leído en los libros. Los psicólogos nunca ponen el punto de mira en nuestras raquíticas nóminas, ¿cómo coño pagáis las terapias? Joder, estoy escribiendo esto y quizá tengáis razón, la culpa es de nuestros padres por no haber nacido ricos, definitivamente.

5 comentarios:

  1. Hay un momento en una novela de Saul Bellow, aunque ahora no puedo recordar en cuál de ellas, en las que el narrador sostiene que el dinero es algo que se tira desde el último vagón del tren. Ah, esa imagen me persigue. Me gustaría ir por ahí tirando billetes desde el último vagón del tren, o desde la ventana del autobús. En los bautizos de mi infancia, al salir de la iglesia, los padrinos tiraban pesetas y duros, y los niños nos matábamos por recogerlos. Todo eso se ha perdido. A dónde ha ido a parar. A dónde van los hábitos que desaparecen. Porque en algún sitio recalarán, digo yo. La evaporación es una facultad de ciertos líquidos, al alcanzar cierta temperatura. Pero un hábito, qué?

    ResponderEliminar
  2. Preparando un texto para mi blog, acabo de recordar un diálogo maravilloso de "Las fronteras del crimen", de John Farrow:
    -De noche, cuando no tengo nada que hacer, me plancho el dinero.
    -¿Y qué planchas cuando estás arruinado?
    -Me plancho los pantalones.

    ResponderEliminar
  3. Un hábito se extirpa, como un tumor, que yo he sido madrina y no está la cosa como para ir lanzando monedas al vuelo (sobre todo, porque si le dasa un niño en la frente sin querer el padre te demanda).
    Farrow: oh...
    Nunca me ha dado por planchar un billete, normalmente porque me lo gasto deprisa y me quedo sólo con la calderilla. ¿Cómo olerá pasado por vapor? nos salen de aquí tantas novelas que no nos va a dar la vida para escribirlas.

    ResponderEliminar
  4. Por cierto, ¿le hincó el diente ya la los 'Pájaros de América'?

    ResponderEliminar
  5. Todavía no. He estado distraído con unos relatos de Cheever. Ayer los acabé y vi "Pájaros de América" y opté en cambio por la que estaba al lado: "Mátalos suavemente", de Higgins. Creo que será el siguiente. Le contaré.

    ResponderEliminar